
Para preparar el arroz con leche que hacía mi abuela hacen falta los siguientes ingredientes:
1 litro de leche
125 gr de arroz redondo
Cáscara de limón
Canela en rama
1 vaina de vainilla
Azúcar refinado
50 gramos de mantequilla
Lo primero es poner a calentar la leche. Mi abuela la compraba fresca, no directamente al ganadero, entonces ya habían aparecido las bolsas que se cortaban por una esquina y luego tenían que guardarse en otro recipiente.
La compraba mientras vendía. Todos los sábados por la mañana me despertaba en su casa de planta baja rodeada de árboles, gatos y gallinas y saltaba por la ventana.
Me montaba en la parte trasera de la furgoneta en un saliente metálico junto con lo que habíamos recogido en el huerto e íbamos a vender a las tiendas.
La leche se pone a calentar, y se añade la cáscara de limón, la vainilla y el azúcar. Se remueve hasta que esté en su punto (sin que llegue a hervir) y mientras tanto ponemos el arroz en un colador para que suelte parte del almidón y el postre quede más cremoso.
De mi abuela aprendí la paciencia y la capacidad de trabajo. Siempre fui una niña movida que plantaba las patatas a gran velocidad, pero también aprendí esperar el momento para cada cosa.
Y eso es lo que tenemos que hacer ahora. Esperar. Una vez echado el arroz, lo ponemos todo a fuego muy lento y esperamos entre 35 y 45 minutos, removiendo cada poco para que no se pegue.
Mi abuela nunca nos reñía. Nunca se quejaba. Llegábamos los viernes por la tarde y pasábamos el rato montando él bici, ayudando en el huerto y mirando si las gallinas ponían algún huevo. Mi abuela era una de esas personas a las que recuerdas con cariño.
El mismo cariño que pondremos al finalizar la receta. Primero añadimos la mantequilla, después quitamos las ramas de canela, la cáscara de limón y la vainilla. Lo repartimos en recipientes de barro individuales, añadimos canela en polvo y lo dejamos enfriar.
Cuando tengo un mal día, cuando siento que el mundo se me viene encima, me como un arroz con leche y su sabor me transporta a esa niña que montaba en bici y pedía chucherías en los comercios en los que vendían sus abuelos. Entonces, me siento un poco más joven y una sonrisa nostálgica aparece en mi cara.
Gracias, abuela. Acabas de volver a llenarme de energía.